Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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1031
Legislatura: 1884-1885 (Cortes de 1884 a 1886)
Sesión: 9 de julio de 1884
Cámara: Congreso de los diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 42, 1072-1082
Tema: Contestación al discurso de la Corona

Antes de dar principio a la tarea que, a pesar mío, pero que en cumplimiento de un deber inexcusable, me propongo desempeñar en esta tarde, en respuesta y como satisfacción a las muchas y varias alusiones de que he sido objeto en este ya larguísimo debate, y siempre con la venia de nuestro digno Presidente, quiero fijar mi situación con respecto a la mayoría, con respecto a la Presidencia y con respecto al Ministerio.

En cuanto a la mayoría, declaro y declaro con gusto, que a pesar de las frecuentes demostraciones de entusiasmo ministerial, de que se irá poco a poco curando, y que poco a poco encauzará con los diques de la experiencia, cuando desde mi asiento paseo mi mirada por estos bancos, reconozco, y reconozco con agrado, que más me parece hallarme enfrente de una mayoría favorable que enfrente de una mayoría adversa; porque si bien es verdad que veo algunos señores Diputados que no tengo el gusto de conocer, veo en cambio muchos, muchos que me son de antiguo conocidos; unos porque han sido mis amigos, y han tenido la bondad de prestarme su apoyo, hasta que una vez caído el poder, su conciencia, un poco perezosa en este punto, les ha advertido que ya no debían continuar siendo mis amigos; otros que si no han sido mis amigos, han querido serlo, y si no me prestaron su apoyo, fue porque no tuvieron ocasión, que pretensión tuvieron, de representar legítimamente a su país; pero los electores no les quisieron elegir, y yo no pude, porque no supe ni sé, proporcionarles los distritos que después este Gobierno tan fácilmente les ha proporcionado (Risas); que en esto de proporcionar distritos, este Ministerio merece la nota de sobresaliente, nemine discrepante

Y aún entre los demás Sres. Diputados de la mayoría hay muchos que nunca han sido mis enemigos; de manera, que no tengo motivo ninguno para no tratar con benevolencia y hasta con cariño y con gratitud a una mayoría en la cual reconozco tantos y tan buenos amigos. Por consiguiente, si de mis labios saliese alguna palabra que no les fuera agradable, [1072] espero que no la tomen a la mala parte, y que la crean más bien hija del deseo de molestarles, impulsada por las necesidades de la propia defensa, y sobre todo, dicha en obediencia a los preceptos de la verdad: amicus Plato, sed magis amica veritas. (El Sr. Pons pide la palabra). Ese que pide la palabra debe ser Platón.

En cuanto a la Presidencia, yo no tendré para ella más que respeto y consideración; todo el respeto y consideración que para mí merece la persona que tan dignamente la ocupa, y que de todos exige el altísimo cargo de que está investida.

Sus indicaciones serán para mí mandatos, y yo me someteré a ellos con mucho gusto siempre que no sean, como yo espero que no lo serán, en detrimento del derecho que me asiste como Diputado, ni en menoscabo de la libertad de esta tribuna para discutir, para combatir, para tratar todo, absolutamente todo aquello que no esté defendido por el manto para mí sagrado de la inviolabilidad.

En cuanto al Ministerio, si este Ministerio fuera verdaderamente un Ministerio conservador y como tal representante del partido genuinamente conservador español, y como tal defensor de los intereses conservadores de la sociedad española, quizá, quizá en este momento yo le combatiría aunque no fuese más que por la inoportunidad de su advenimiento al Poder; pero habría de hacerlo, no sólo con aquel respeto que me inspiran las ideas conservadoras, contrapeso de la oposición y oportunamente aplicadas en el Poder, garantía y afianzamiento de las ideas liberales, sino también con aquella cortesía que debe reinar entre las personas afines en política, y que están llamadas, como lo han estado ya, a compartir la ardua tarea de la gobernación del Estado. Pero como este Ministerio no es conservador, como quizá por no serlo, en vez de haber tenido al partido liberal el respeto, ya que no las deferencias que le son debidas como partido militante, dentro de las mismas instituciones fundamentales del país, ha intentado por todos los medios que ha podido, inclusos los fuertes resortes del Poder, desunirle, destruirle y hasta humillarle, el partido liberal no tiene por qué guardar a ese Ministerio consideración ninguna: él no ha sabido guardarlas con nosotros; nosotros no podemos, no debemos tenerlas con él.

No siento yo, Sres. Diputados, la conducta que este Gobierno ha observado para con nosotros, por el daño que nos haya hecho o por el que nos pueda hacer en lo sucesivo, sino por el mal que infiere a cosas más altas; porque el régimen parlamentario en medio de sus violencias y de sus apasionamientos, exige cierto convencionalismo, que si obliga por igual a rodos los partidos, aunque no tengan de común más que los interese de la Patria, obligan mucho más a los partidos que al interés común de la Patria unen el interés común de las mismas instituciones, como les sucede a los partidos monárquicos.

El Gobierno, al romper el freno de esa consideración, ha introducido una especie de rencor y de guerra civil entre los partidos, que no puede menos de quebrantar la fuerza de la autoridad, porque obligando a los gobernantes a extremar sus rigores, se fuerza a los gobernados a extremar su descontento, y no están, no, aquí ni en ninguna parte desgraciadamente tan desequilibradas las fuerzas del orden y las fuerzas revolucionarias que pueda verse con indiferencia y sin temor esa especie de guerra civil entre partidos que tiene tantos, y tan grandes y tan altos intereses que defender y conservar.

He fijado, pues, mi situación con respecto a la mayoría, con respecto a la Presidencia y con respecto al Ministerio, y voy sin más exordio a entrar en el fondo del debate, sin ocuparme en el examen del discurso de la Corona, que con ser uno de los más largos que jamás se han puesto en los augustos labios de S. M., en mi opinión, es bastante más malo que largo; y digo que no necesito entrar en ese examen, primero porque lo han hecho mucho mejor que yo pudiera hacerlo, aquellos de mis amigos que me han precedido en el curso de este debate; y segundo, porque en realidad no lo necesito para mi propósito, que consiste en demostrar que la política de este Ministerio es contraria a los intereses conservadores de la sociedad, peligrosa para las altas instituciones del Estado, y funesta para el país.

A los seis años de gobierno caen del poder el señor Cánovas y sus amigos, y caen del poder afortunadamente para todos; pero como creen que el poder les pertenece por juro de heredad, se incomodan, se exasperan, tratan del modo más inconsiderado a sus sucesores y llenan los aires con imprecaciones que algunas veces dirigen hacia lo más alto, y con recuerdos de desgracias y de catástrofes, aun cuando nada tengan que ver ni con nuestras actuales instituciones ni con nuestra historia contemporánea.

En su despecho no perdonan medios para quebrantar y para destruir al partido liberal que les ha sucedido en el poder y que viene felizmente armonizando los intereses de la libertad con las necesidades del orden, y cada día le ofrecen una dificultad, y a cada paso le presentan un obstáculo, y llegan a extremar hasta tal punto su conducta, que más parecen demagogos que conservadores, como lo prueban, señores Diputados de la mayoría, aquellas campañas que hicisteis contra las reformas económicas del señor Camacho, aquellos esfuerzos inauditos con que combatisteis el tratado de comercio con Francia, como lo prueba sobre todo el hecho de que no aparecía en ninguna parte una mala causa, desde aquellos que se negaban al pago de contribuciones votadas por las Cortes, hasta aquellos otros que llevaban el espanto y la muerte al seno de las familias, que no encontrara vuestro apoyo y vuestra defensa. Gracias a la prudencia de aquel Gobierno y a la prudencia de sus autoridades, que en todas partes le secundaron, y con especialidad en Cataluña, donde fue mayor la agitación; gracias a esa prudencia no está sufriendo ahora el país días de desolación, de sangre y de luto. ¿Con qué justicia y con qué razón, Sres. Diputados, se nos combatía con armas y por medios tan?conservadores?

Las reformas del Sr. Camacho eran muy malas en vuestro concepto, pero no hay una sola de ellas de que no os estéis aprovechando (El Sr. Ministro de Hacienda: ¿De cual? - El Sr. Ministro del Consejo de Ministros: De ninguna). Las reformas del Sr. Camacho han dado lo suficiente para satisfacer con desahogo todas las necesidades del Estado, como el Sr. Ministro de Hacienda ha tenido que reconocer, las reformas del Sr. Camacho han elevado en el interior y en el exterior el crédito público a una altura a que jamás creyó ese partido que pudiera llegar. (El Sr. Ministro de Hacienda: Todo lo contrario). Basta que S.S. lo diga.

¿Y el tratado de comercio? En cuanto al tratado [1073] de comercio preguntad a Barcelona, preguntad a Cataluña, preguntad a España entera dónde están aquellos desastres, aquella pobreza, aquellas lágrimas, aquella miseria que todos los días, con corazón, al parecer compungido y con lágrimas en los ojos, pintabais a los que llamabais víctimas de nuestras ruinosas medidas.

Y en cuanto a las disposiciones adoptadas por el entonces gobernador de Madrid Sr. Conde de Xiquena, preguntárselo a Madrid entero, y Madrid entero os dirá cumplida contestación.

Pero no, Sres. Diputados, la cuestión era poner dificultades al Gobierno, procurar que cada día hubiera una perturbación y cada semana un motín, y siempre y constantemente el desasosiego y la inquietud para poder gritar ufanos: "¡ahí tenéis; los liberales son incompatibles con el reposo público, aquí no hay más que nosotros capaces de restablecer el orden!;" pero el reposo público continuó inalterable, más firme y mejor asentado que en la época de vuestro Gobierno, porque hasta los bandoleros y secuestradores, que en algunas, en muchas provincias nos dejasteis en herencia, desaparecieron completamente al poco tiempo de encargarnos del Poder, y yo entiendo que para no volver jamás, si es que vosotros continuáis con el cuidado y vigilancia que nosotros ejercimos y que por lo visto a vosotros en este punto os faltó.

Así marchaba el partido liberal, resolviendo felizmente, no sólo las dificultades inherentes a todo Gobierno, sino las dificultades que con falta de patriotismo, le presentaban sus adversarios, cuando por desgracia del partido liberal, que no aprende jamás, surgió una diferencia de tiempo, de detalle, verdaderamente accidental, que dio motivo a una disidencia pasajera; una de tantas disidencias como ocurren en el seno de todos los partidos, que, abandonada a sí misma, hubiera bastado el tiempo para hacerla desaparecer; pero a la que el Sr. Cánovas del Castillo, que no había logrado nada por otros caminos, se acogió y se apoderó de ella con más ansia que el náufrago a cualquiera de los restos dispersos de su deshecho buque y procuró convertir en abismo lo que no era más que un disentimiento circunstancial; añadiendo al disentimiento de los primeros momentos, la cizaña para?(Rumores) sí, y esto no tiene nada de particular; supo añadir, digo, la cizaña, para ver de quebrantar, de un lado la fuerza de aquel Gobierno y de otro la unión entre sus amigos y correligionarios, apoyando a los que se pusieron enfrente.

Y en efecto, el Sr. Cánovas del Castillo, en ocasiones, se hizo defensor del sufragio universal y de la Constitución de 1869. (El Sr. Presidente del Consejo de Ministros: No es exacto; nunca).

En todos los tonos dijo, que los únicos liberales de la Monarquía, eran los defensores de estos principios; y que nosotros éramos, no sólo un obstáculo, sino una perturbación. (El Sr. Presidente del Consejo de Ministros: Jamás). Dejó desamparada la Constitución de 1876, y prestando un concurso tan eficaz a los partidarios de su modificación, involucrando en tales términos, y de tal modo, por espacio de dos años, la política española, que, ¡cosa singular, señores Diputados! la defensa de la Ley fundamental del Estado, por él hecha, y otros altos intereses conservadores, quedaron casi exclusivamente a cargo de los liberales, que la hicieron tan cumplida, que por eso cayeron del poder, al paso que el Sr. Cánovas del Castillo, por abandonarla, lo consiguió. Tal perturbación ha traído su señoría a la política española.

Pero ¿qué ha de suceder, si el autor de la Constitución de 1876 se convierte en patrono de los que quieren reformarla y en perseguidor de los que quieren defenderla y mantenerla, demostrando de esa manera que si S.S. es a las veces conservador en la doctrina (porque es conservador, o lo parece, en el momento en que la explica), no lo es en la conducta, que es, sobre todo, lo que importa, y que si S.S. ha conseguido ser el jefe del partido conservador español, no ha sabido ser ni es el representante de los intereses de la sociedad española?

Y todo para escalar el poder. (Rumores). Sí; únicamente para escalar el Poder, puesto que el ocuparlo ha consistido únicamente en él, porque si no hubiera querido, no lo hubiera aceptado. Pero al fin lo consigue, y aunque varía de puesto, no varía de conducta; le molesta una oposición, y viene a crear otra, destruyendo aquella o procurando destruirla, para después, al cabo de años y años, dejar el puesto o no dejarlo; pero durante ellos, disfrutar de su autoridad, y aparecer como confeccionador de todos los partidos españoles y como dueño y señor de toda la política española.

¿Quiere destruir a una facción liberal? Pues para eso finge apoyar a la otra y la apoya dividiéndola, y si puede, deshonrándola, para después echarle en cara su deshonra y para disponer de ella por el agradecimiento como cómplice, por temor como esclava. (El Sr. Presidente del Consejo de Ministros: ¿Es verdad eso?) Sí; y nadie podrá negarlo. Señores Diputados: los que se llaman defensores de la Monarquía restaurada de D. Alfonso XII, y procuran destruir organismos políticos y desvirtuar energías morales, introducen cizaña entre agrupaciones hermanas y procuran llevar la atonía y la perturbación a las fuerza leales, a la Monarquía y al Rey, éstos no son conservadores, no pueden serlo; y si el partido conservador quiere reponer su sentido y restablecer su crédito, necesita obligarles a variar completamente de conducta, y en el caso de no lograrlo contribuir a arrojarles de su sitio.

Ya sé que cuando algunos verdaderos conservadores se lamentan de esta singular política del señor Presidente del Consejo de Ministros, se les contesta (y prueba de esa contestación nos la dio aquí el otro día el Sr. Silvela), se les contesta que es necesario hacer ciertas concesiones a trueque de conquistar adeptos para la Monarquía. ¿Conquistas para la Monarquía, conquistas por el lado de la izquierda, vosotros los conservadores? ¡Buenas estarían!

Las conquistas por la izquierda para la Monarquía corresponde hacerlas al partido liberal, como corresponden al partido conservador hacerlas por la derecha; y las conquistas por la izquierda las venía procurando, y lo que es más, consiguiendo el partido liberal hasta que vosotros habéis venido a interrumpir esa favorable corriente para la Monarquía. Ni una se ha realizado desde que vosotros sois Poder; es más, ni una sola se ha confirmado desde que vosotros empezasteis esa desatentada política de apoyar una fracción para destruir otra, sin reparar cuál destruíais ni cuál apoyabais; porque apoyabais una para destruir otra, y después apoyabais a ésta para destruir a la que primero habíais apoyado.

Y para hacer esas conquistas para la Monarquía [1074] es para lo que el partido liberal ha tenido, no las complacencias ilegítimas que vosotros nos echáis en rostro, sino las consideraciones y los respetos que son debidos a todos los españoles y a todos los partidos, que cualesquiera que sean sus ideales, limitan sus movimientos a la órbita marcada por la ley, guardando el respeto debido a las altas instituciones del Estado.

Para conseguir esas conquistas es para lo que el partido liberal ha procurado demostrar a los que todavía no aceptan como suya nuestra legalidad, que dentro de ella, y a la sombra de la Monarquía, pueden encontrar todos los partidos liberales que buscan la realización de sus principios, las consideraciones y los respetos que pudieran tener dentro del sistema de gobierno a que todavía rinden culto. En último resultado, nosotros no hemos tenido con esos partidos más consideraciones que las que las leyes les conceden; de lo que hemos cuidado, sí, ha sido de no escatimárselas de ningún modo y en ningún sentido para no dar jamás pretexto contra la Monarquía; aun cuando, lo repito, no les hemos guardado más consideraciones que las que las leyes les conceden.

Y, Sres. Diputados, si las leyes no se las concedieran, sería necesario tenérselas, para ver si de esa manera algún día podíamos tener a nuestro lado fuerzas que todavía no lo están.

¿De qué manera, señores, por qué procedimientos queréis hacer conquistas para la Monarquía? ¿Con amenazas, con persecuciones, con agravios, con humillaciones? ¡Ah! De esa manera no se conquistan más que?despechos, odios y rencores, y yo no quiero semejantes conquistas para la Monarquía de D. Alfonso XII (Muy bien).

Aquella política es, Sres. Diputados, la política que se inició como sentido y como significación de la restauración de D. Alfonso XII; y claro está que a esta política es contraria la expresada aquí por mi distinguido amigo particular el Sr. Pidal. Si el señor Pidal era la voz del Gobierno; si ese Ministerio va a seguir esa política contraria, diametralmente opuesta a la que ha seguido el partido liberal, entonces, señores, yo temo mucho que no pueda establecerse en nuestro país la normalidad del sistema constitucional. Porque esa política, entendedlo bien, es la negación de la política de las Monarquías constitucionales de Europa, es la negación de la política que venía haciéndose después de verificada la restauración de D. Alfonso XII, es la negación del derecho constitucional hasta ahora vigente desde la restauración.

Aquella política que llamaba las fuerzas de todos los campos a la legalidad, sin exigirles abdicaciones de doctrinas ni pedirles más que respeto a las altas instituciones del Estado, ha desaparecido en esta segunda época del partido que se llama conservador. Aquella política, merced a la cual vinieron desde el campo de la democracia valiosos elementos a la Monarquía, ha desaparecido; y la obra de paz de la Restauración, que en esto consistía su mayor gloria, la queréis convertir en obra de guerra, y en lugar de reconocer, como se prometió entonces, a todos los españoles su derecho, no reconocéis más derecho que el de ser monárquico, abriendo para todos los demás de par en par las puertas de la revolución.

Pero, señores, esta política que se traduce vulgarmente en aquellas palabras del Sr. Ministro de Fomento, de preferir, en este país tan impresionable; en este país más dado por lo general a la protesta armada que a la propuesta pacífica; en este país donde hay tradicionalistas y republicanos, y decir que es más noble, que es más leal, que es más lógico que entender dentro de las leyes, conspirar en los cuarteles, irse a las barricadas, subir a las trincheras y resolver a tiros si conviene más o menos al país esta o la otra aspiración, es una teoría que no comprendo y que no quiero comprender; porque me parece una teoría sólo inspirada por el fanatismo; teoría que si hay algún Gobierno que la acepte y sobre todo que la practique (eso sí que lo puedo decir a mi país, porque de ello tengo íntima convicción), ese Gobierno es un inminente peligro para el país y para el Trono. Y así, señores, con esa política y con esos procedimientos, este Gobierno a los cinco o seis meses de Poder todo lo ha descompuesto, todo lo ha herido; ha herido a los republicanos en su resignación; ha herido a los demócratas en su independencia; ha herido a los liberales en su dignidad. Y los republicanos antes desunidos y resignados, en su despecho se unen y se conciertan para la común defensa; y los demócratas se van poco a poco alejando y los liberales?los liberales heridos en su dignidad no se alejan, pero no están contentos.

¡Valientes conquistas haréis para la Monarquía con semejante política! ¡Ah! no, por esos procedimientos no se va a nada grande. El partido liberal quiere un Gobierno muy expansivo para las ideas, muy expansivo dentro de lo que las leyes permitan; pero un Gobierno grande, fuerte, de grandes recursos para atender a las necesidades de gobierno, tanto más sagradas cuanto mayor sea la libertad que se conceda. Y no sólo para eso quiere el partido liberal Gobiernos grandes; los quiere también para más altos fines; que intereses tenemos muy respetables que guardar, deberes ineludibles que cumplir en la isla de Cuba y en Filipinas; intereses importantes que guardar y aspiraciones legítimas que satisfacer en Marruecos. Para todo eso se necesita un Gobierno grande, fuerte, de grandes recursos, con extraordinarios medios, y sobre todo se necesita una amplia Monarquía, respetada y acatada por todos, aunque por todos no sea reconocida, y una nacionalidad robusta, para todos respetable y por todos respetada.

Pero no, Sres. Diputados, la conducta del Sr. Cánovas del Castillo no ha estado en esto motivada por el deseo de traer nuevos elementos a la Monarquía, sino por algo menos generoso, porque el Sr. Cánovas del Castillo no mira como los demás la realidad por cima de todo, sino de otra manera; y así la realidad para S.S. es el logro de sus apetitos políticos: conquistar el Poder de cualquier modo, esa es la única regla de conducta de S.S., aun cuando para ello tenga que vulnerar todas las del derecho natural, amparando, dando calor y apoyo a la tendencia que él una y mil veces ha proclamado perturbadora y funesta. ¿Por qué lo hace el Sr. Cánovas del Castillo? Pues lo hace, y sin ofensa sea dicho para S.S., porque tiene de sí mismo una idea muy grande, en lo cual tiene razón; pero de los demás un concepto tan pequeño, en lo cual ya no la tiene, que cuando él no manda, le parece imposible la vida de la Patria. Por eso quiere arreglarlo todo y quiere hacerlo todo: él ha hecho la Restauración, él ha formado los partidos, él nos ha traído a todos a la situación en que nos [1075] encontramos; las necesidades del país, las exigencias del tiempo, las condiciones del patriotismo de los partidos, la abnegación de las personas, nada significa todo esto, nada hubiera sido todo esto sin la voluntad del Sr. Cánovas del Castillo, sin la cual, al parecer, ni las hojas en los árboles se mueven, ni los vientos soplan, ni brilla el sol.

Y yo, Sr. Cánovas del Castillo, Sr. Presidente del Consejo de Ministros, que le estimo y le admiro como debo, voy a quitar a S.S. esas grandísimas ilusiones, diciendo que con S.S. y sin S.S. brillaría el sol, soplarían los vientos, las hojas se moverían en los árboles, los partidos se habrían formado, la restauración se habría hecho y D. Alfonso XII sería Rey de España (Risas). Todavía voy a quitar a S.S. una ilusión más diciendo que acaso todas estas cosas se hubieran realizado mejor y con menos disgustos, con menos intervención de S.S., limitándola hasta el punto de no meterse a arreglar la casa ajena cuando tiene tanto que hacer en la propia.

Y no nos diga el Sr. Silvela lo que el otro día dijo desde ese banco, que el considerar el Sr. Cánovas autor de todas las perturbaciones era darle una importancia superior a la que tiene y elevar su persona sobre toda la humanidad. No: el Sr. Silvela es muy agudo y sabe muy bien que lo que es para perturbar nadie es pequeño y menos puede serlo el que en la oposición es jefe de un partido y en el poder jefe de un Gobierno y a sus propios medios une naturalmente los más numerosos que le dan su elevada posición. Por consiguiente, descienda el Sr. Cánovas de esas alturas olímpicas, baje a este valle de lágrimas, donde nos arrastramos los demás mortales, y yo le aseguro que prestará más servicios a su país y al Rey; porque S.S., que tiene cualidades de sobra para ser Presidente del Consejo, si cualidades pueden sobrar para este cargo, le falta la más indispensable siempre, pero más indispensable en los sistemas parlamentarios, que consiste en la modestia en el Poder y la resignación fuera del Poder.

Dejando ya, señores, la crítica de la conducta del Gobierno para con el partido liberal, ¿cuál es la que ha observado con los demás partidos? ¿Cómo se ha conducido ese Ministerio, como Gobierno constitucional? Pues las garantías constitucionales son letra muerta y el respeto a la ley ilusorio, con el criterio que está aplicando al ejercicio de todos los derechos individuales: al de reunión, prohibiendo o disolviendo reuniones pacíficas políticas y no políticas; al de imprenta, persiguiendo y mortificando con multas a los periódicos por censurar y discutir la conducta de los gobernadores, como si no existiera una ley que regula los derechos y en la que se determinan las faltas y los delitos que en el uso de ese ejercicio puedan cometerse, y como si no existiesen los artículos del Código penal que los castiga; a la ley del procesamiento, llevando a los tribunales militares a paisanos por causas de conspiración; y no diga el Sr. Ministro de Gracia y Justicia que podían reclamar contra la incompetencia los interesados, porque también en las causas criminales deben los fiscales establecer las competencias que crean justas y convenientes, y yo no tengo noticia de que ningún fiscal haya establecido ninguna; a la ley de enjuiciamiento en la interpretación que se da al artículo sobre finanza, interpretación que a mi juicio, y salvando los respetos debidos a todos los tribunales, es insostenible; y si no, ¿qué es lo que se ha hecho hace poco tiempo con un periódico, a pretexto de la viveza con que hacía la oposición al Gobierno? Señores, lo que se hace hoy con ese periódico y con sus redactores, bajo ese pretexto, se hará mañana bajo otros con los demás periódicos y sus redactores, y por este camino no hay libertad posible. Yo no vengo a pedir la impunidad para los delitos de imprenta; yo no he pedido jamás privilegios para los escritores públicos; pero por lo mismo protesto y protestaré siempre con la mayor indignación de que a los escritores públicos se les trate con menos consideraciones y se les haga de peor condición que a los criminales por delitos comunes.

Considerad, si no, lo que ha pasado con un joven y ya distinguido escritor: mientras que verdaderos criminales se paseaban por Madrid en plena libertad bajo fianza carcelaria, ese escritor, por haber trascrito un artículo de un insigne publicista inglés, estaba sufriendo los rigores de la prisión y era tratado como aquellos reos a los cuales por la enormidad de sus delitos no se les admite otra fianza que las rejas, los candados y las llaves de la prisión, para que después de dos meses de penalidad, sacrificios y martirio venga a declarar un tribunal que el artículo trascrito por aquel escritor es inocente y que no debía habérsele encarcelado. Señores, ¿se puede tolerar esto?

¡Ah, señores! Ya que habéis violado las leyes municipal y provincial, ya que no hacéis caso de los derechos individuales, tened por lo menos respeto a las personas.

No quiero hablar de lo que ha ocurrido con las corporaciones populares, respecto a las que pudiera probar que pasados los cincuenta días que prescribe la ley, y sin haber recaído dictamen del Consejo de Estado, los Ayuntamientos intrusos se niegan a dar posesión a los verdaderos. (El Sr. Ministro de la Gobernación: ¿En dónde? - El Sr. Martínez: En muchas partes.- Rumores). Demasiado sabe S.S. en donde.

No quiero tampoco ocuparme de las corporaciones populares repuestas por derecho en virtud del dictamen del Consejo de Estado, y que en el acto o al día siguiente de su reposición han sido violentamente expulsadas otra vez, bajo inicuos pretextos y por nuevos procesos. (El Sr. Ministro de la Gobernación: ¿Dónde?-El Sr. Martínez, D. Cándido: En la provincia de Orense.-El Sr. Ministro de la Gobernación: ¿Qué pueblo?-El Sr. Martínez, D. Cándido: Se lo diré a S.S., aunque es inútil, porque está en la conciencia de todos).

De manera, Sres. Diputados, que no hay derecho individual que no haya sido violado. Con las multas, la libertad de imprenta; con la suspensión de reuniones electorales, el derecho de reunión; con la prisión preventiva, las formalidades de la ley de enjuiciamiento; con el allanamiento del domicilio de los ciudadanos, la inviolabilidad del domicilio; y hasta, como dijo mi amigo particular el Sr. Castelar, en el asunto del Padre Mon habéis faltado y habéis violado la ley. Podéis decir que habéis dado en tierra con todas las franquicias municipales y provinciales, que habéis violado todos los derechos individuales, que habéis atropellado todos los principios democráticos que los partidos monárquicos pueden y deben aceptar como medio de que vengan a vivir dentro de la legalidad grandes y fecundas fuerzas sociales; porque la única manera que hay aquí de hacer [1076] compatible la Monarquía con la democracia, consiste en que los monárquicos aceptemos de buena fe y de buena fe defendamos los principios democráticos, a condición de que los demócratas acepten de buena fe y de buena fe defiendan las prerrogativas de la Corona, prescindiendo de todo procedimiento que directa o indirectamente pueda menoscabarlas.

Llego a las elecciones, las más libres, las más puras y las más acrisoladas realizadas en este país desde que es conocido el sistema representativo; aseveración del Gobierno verdaderamente triste, porque si estas elecciones han sido las más libres, las más puras y las más acrisoladas, ¿cómo habrán sido las anteriores? ¿Cómo serán las sucesivas, si llegan a ser mejores, habiendo sido ésta tan buena? Yo comprendería que el Gobierno hubiera dicho que los vicios electorales arriba, abajo y en todas partes, son tan profundos y tan extensos, que no pueden remediarlos de pronto los Ministros de ningún Gobierno, de ningún partido, ni de todos los partidos españoles; porque ni el Gobierno, ni un partido, ni todos los partidos juntos pueden hacer milagros; yo comprendería que se hubiera afirmado que precisamente por la intensidad del mal, otros partidos y otros Gobiernos habían hecho, poco más o menos, cosas parecidas a las realizadas ahora; pero, señores, hacer alarde de pureza electoral, supone que el Gobierno ha ido tan allá como es posible llegar, y que no hay más que pedir en cuanto a moralidad: presentar como un modelo digno de ser imitado el espectáculo que con asombro y con pena ha presenciado hace poco la Nación española, es una burla sangrienta que quita toda esperanza de remedio para el porvenir. ¡Qué equivocado estaba yo!

Deshonradas antes que nacidas creía yo unas Cortes que se elaboraban como se iban elaborando éstas en su período preparatorio, y ahora salimos con que son las Cortes más legítimas y más espontáneamente elegidas de cuantas ha conocido este país y de cuantas conocerá en lo sucesivo. Yo felicito al Ministerio por haber ido en punto a pureza electoral tan allá como él es capaz de ir, porque el que da lo que tiene no está obligado a más; y por lo visto el Gobierno nos ha dado todo lo que tiene en punto a moralidad electoral. De manera, Sres. Diputados, que los electores apaleados y muertos, los colegios electorales cerrados, los interventores desposeídos de sus cargos, los notarios imposibilitados por fuerza mayor de dar testimonio, los candidatos presos, los alcaldes obligados a dar su voto a cambio de su libertad, la violencia por todas partes, todo eso era pura ilusión: los discursos de nuestros amigos encargados de defender, como han defendido con gran brillantez en la discusión de actas el derecho de los unos y de los otros, el derecho de todos; y de exponer, como han expuesto, tanta y tanta coacción de nuestra loca fantasía: en estas elecciones no ha habido nada de cuanto hemos visto. Pues bien; sea, porque nada de esto necesito para demostrar que estas elecciones presentan un sello moral que las distingue esencialmente de todas las demás, del que resulta que han sido la mayor y más grave de las falsificaciones de opinión pública.

Señores, hasta ahora los Gobiernos, y más que los Gobiernos los partidos, intentaban violentar la voluntad del elector, pero al menos contaban con él, le consultaban, le oían, le constreñían, si queréis, a la designación de candidatos y procuraban que vinieran aquellos que contaran con mayor o menor fuerza para la lucha, pero que fueran en último término, representantes de las ideas dominantes en el distrito, y de sus intereses. El sistema no era bueno, porque las cuestiones de localidad, la pasión de los partidos y las rivalidades de familia, manchaban la elección con abusos, con coacciones, con atropellos insoportables; y claro está, con estos medios la elección no era siempre para el mejor, muchas veces era para el más osado. Pero este sistema de lucha, en medio de sus defectos, llevaba en el fondo cierta independencia. Pero hasta ésta ha desaparecido, sustituyéndose con un sistema que es mucho más cómodo.

En el departamento ministerial que preside el ejercicio de esta función política se combinan, dado que el total de Diputados que han de elegirse, el número de los que deben formar la mayoría y el de los que han de formar la oposición (El Sr. Ministro de la Gobernación: No es exacto); y como en la mayoría y en la oposición hay diversos matices, se conviene en el número de Diputados de cada matiz que corresponden a la mayoría y a la minoría; se asignan después las personas que han de constituir cada uno de esos matices, y por último se designa a cada persona el distrito que debe representar. Y así, un andaluz va a Galicia y un gallego a Andalucía; un catalán a Castilla y un castellano a Cataluña; pues aun cuando el castellano tuviera un distrito con parientes, con propiedades y con influencia, debe ir a Cataluña, donde no tiene propiedad, ni influencia, ni nada, no importando tampoco que en Castilla fuera conocido su nombre y en Cataluña no le conozcan los electores; porque basta, según este sistema, con que le conozcan los presidentes de las Mesas electorales.

Formado así este tablero electoral y presentado al Consejo de Ministros, quedaba aprobado, y desde entonces estaba ya perfectamente dibujada la composición del Congreso y de la parte electiva del Senado, hasta el punto de que si se hubiera fotografiado en aquel momento ese cuadro electoral, el Gobierno hubiera podido, ¡oh milagro de la providencia electoral! Ofrecer a los electores una fotografía de sus Diputados, dos meses antes de haberlos elegido. Desgraciado por supuesto el candidato que teniendo influencia quisiera luchar por un distrito que no estuviera señalado en ese tablero, y desgraciado también del candidato que aun estando inscrito en ese tablero electoral quisiese luchar, porque así lo creyera conveniente, por otro distrito distinto de aquel que le estaba señalado; uno y otro podían darse por muertos; tendrían los votos necesarios, pero no el acta, y si la obtenían después de muchas dificultades y sacrificios, como ya hemos visto que no hay actas graves sino actas leves, siempre que conviene, si tenían protector y el protector influencia, el acta pasaría, pero si no se declararía grave, siendo de todos modos el resultados que aunque trajera el candidato el acta, no se sentaría aquí. De modo, Sres. Diputados, que la cuestión era que ningún Diputado de la mayoría ni de la minoría llevase su nombre a los electores. Aquí no se sienta ninguno, ni de la mayoría ni de la minoría que traiga el sello, por lo menos, de la benevolencia ministerial; aquí no entra ninguno por esas puertas con el prestigio que da la verdadera investidura del Diputado cuando se obtiene de quien únicamente la puede y [1077] debe conferir con la aquiescencia o contra la voluntad del Gobierno.

Pues bien, Sres. Diputados, este es el aspecto moral que presentan estas elecciones; aspecto verdaderamente triste, porque significa la perversión de todo derecho y de todo deber, porque barrena en su cimiento el régimen representativo y porque con él se labra la ruina de la institución monárquica.

Así, Sres. Diputados, no se puede continuar, y yo tengo la convicción profunda de que no hay institución, por fuerte que sea, que resista a semejante procedimiento; y como por tener esta convicción estoy resuelto a no tolerar este procedimiento a ninguno de mis amigos, ni aun como cuestión de represalias, aun cuando me quedara solo, como tengo esta convicción, yo protesto y protestaré siempre contra toda elección que se haga en semejantes medios; yo protesto y protestaré siempre contra todas las Cortes que por su vicio de origen no traigan el sello de la legitimidad, sin el cual es imposible que tenga prestigio la ley, autoridad los gobernantes, ni que presten obediencia los gobernados.

¡Ah, señores! ¡Qué diferencia entre el Sr. Cánovas del Castillo de ahora y el de 1876! Entonces todo era paz; las tendencias pacificadoras se imponían irresistiblemente, y la necesidad del reposo en unos, los desengaños en otros, el ansia universal de tranquilidad y de paz que por todas partes se respiraba y que en todas las esferas existía, eran otros tantos elementos que venían a ayudar al Sr. Cánovas del Castillo, como hubieran ayudado a cualquier otro que en su posición se encontrase. En circunstancias tales, es muy fácil a todos gobernar, y por consiguiente, no había de serle difícil al Sr. Cánovas del Castillo; pero el Sr. Cánovas del Castillo se ofuscó, atribuyendo a propia virtud lo que sólo era virtud de las circunstancias y de los tiempos; gracias a lo cual, el Sr. Cánovas del Castillo pudo marchar con arrogancia, siendo la fuerza y el espíritu de las gentes de la Restauración, que era tanto como decir, las gentes de la paz. Entonces la disciplina se imponía, la unidad era un hecho, el jefe de aquella situación una gran figura. ¡Qué diferencia ahora! El Sr. Cánovas del Castillo vuelve al poder, vuelve sin motivo, vuelve sin razón, vuelve sin obra ninguna que realizar, vuelve desacreditado por la política de oposición que ha hecho; política pequeña, de intrigas y de escarceos; política contraria a los intereses conservadores que pretende representar, y cada día tiene una dificultad, y a cada paso se le presenta un obstáculo, y todo se conjura en su daño. Ya no es sólo una dirección, ya no es sólo una fuerza, pero ni siquiera es una resistencia. Cualquier cosa pone en peligro el Gabinete que preside; no se necesita para ello el choque de grandes ideas, no; basta una votación insignificante; todavía menos; hasta un acta que debiera declararse grave, para que sus correligionarios más importantes, sus amigos más distinguidos se incomoden y se subleven contra él, y le produzcan un conflicto que al fin y al cabo se arregla, pero que se arregla con componendas, en las cuales quedan todos en mal lugar, y peor que todos el Sr. Cánovas, que tiene que ir a postrarse ante sus amigos, a suplicarles por Dios y por los clavos de Cristo que depongan un poco su encono. (Rumores y risas en la mayoría). De aquí resulta que en esta situación no interesan ni preocupan ni la justicia de las elecciones, ni la legalidad de la representación, ni las falsedades cometidas, ni las violencias perpetradas, ni lo que es peor, la trascendencia que todos estos males pueden tener en el sistema representativo, y sobre todo, en el ejercicio de la Regia prerrogativa. Nada; nada de esto llama la atención. Lo que preocupa, lo que importa, lo que sale a la superficie, es el choque de intereses egoístas y personales, es la lucha y los estímulos del amor propio; y ante semejante política, los espíritus rectos de todos los partidos claman, como claman siempre todos los que se interesan por el bien de la justicia, del Rey y del país, diciendo que es urgente mudar de sistema y de personas.

Por lo demás, la composición de ese Ministerio, que ha producido tantas inquietudes a muchos liberales, y muy particularmente a mi distinguido amigo el Sr. Cautelar, yo declaro que a mí no me ha causado inquietud ninguna; primero, porque paréceme a mí que el Sr. Cánovas no necesita del Sr. Pidal para desenvolver la política reaccionaria que está haciendo ahora; pues el Sr. Cánovas del Castillo no es conservador, sino que unas veces es reaccionario y otras demagogo, y ahora le ha tocado ser reaccionario; y segundo, porque después de todo, el Sr. Pidal ha entrado en el Ministerio con su cuenta y razón; y yo me felicito de verle al lado del Sr. Cánovas del Castillo en estos momentos, y con él a los Sres. Pérez Hernández, Liniers, Catalina y otros compañeros de la unión católica; porque la unión católica era una agrupación compuesta de elementos valiosos, apoyada, y esto es importante, por una gran parte del episcopado español, algunos de cuyos respetabilísimos individuos no tenían reparo en decir que estaban afiliados a esa agrupación. Es muy satisfactorio para mí, vuelvo a decirlo, ver esa agrupación fundida en el partido conservador, porque al fin y al cabo a vueltas de influir en la política general del país, se ha dejado alguna lana en las zarzas, o sea la unidad católica y todas sus consecuencias; y la cosa es grave, porque, señores, la libertad religiosa con todas sus consecuencias es la base de todas las libertades; y bien puede dejarse al Sr. Pidal que venga a influir en el Gabinete para hacer política reaccionaria, con tal que no se pierda la libertad religiosa; porque yo aseguro que entonces las demás libertades sólo quedarán interrumpidas momentánea y accidentalmente mientras dure este Gobierno; pero no se acabará con ellas.

Pues bien, Sres. Diputados, yo os aseguro que me felicito de ver al Sr. Pidal y a todos sus compañeros de la unión católica, prescindir de sus antiguos ideales en punto a la cuestión religiosa, lo cual creo indudable, porque siendo después de aquella lo primero y más importante que en la sociedad se ofrece, la instrucción pública, confirma mi creencia el hecho mismo de Fomento, es, en realidad liberal, porque habiendo venido a sustituir a un Ministro de Fomento demócrata, no ha derogado ninguna de sus medidas; al contrario, ha confirmado algunas. De manera que, con razón, debo felicitarme, señores, y me felicito de que al fin y al cabo la unión católica haya venido a fundirse en el partido conservador, y haya venido con su importancia, con sus respetabilísimos Obispos y Arzobispos, a reconocer que la unidad católica y sobre todo la intolerancia religiosa es una antigualla digna de ser conservada muy cuidadosamente allá en los museos de la historia; pero incompatible [1078] con el bienestar y la prosperidad de los pueblos. (El Sr. Ministro de Fomento: Es el porvenir).

Me ha contestado el Sr. Ministro de Fomento que es el porvenir; ¿se atreverá a decirme lo mismo el señor Presidente del Consejo de Ministros? (El Sr. Presidente del Consejo de Ministros: Sí). ¿Se atreverá a decir que va a revocar lo que dispone la Constitución? (El Sr. Presidente del Consejo de Ministros: Nada de eso; ni eso ha dicho el Sr. Ministro de Fomento). Es igual. ¿Es que el porvenir es la unidad religiosa? Porque hay muchos individuos de los que constituyen la unión católica que no admiten la libertad religiosa. Para el Sr. Presidente del Consejo de Ministros la libertad religiosa ¿es de la actualidad o es del porvenir? Pónganse de acuerdo S.S. S.S. No se puede gobernar con direcciones encontradas, porque cada día habrá un obstáculo y a cada paso una dificultad. La libertad religiosa es una actualidad, y el Sr. Ministro de Fomento o tiene que aceptarla o debe abandonar ese puesto. Yo creo que la respetará y la acatará, aunque no sea más que por la significación que su señoría y sus amigos dan al juramento. Su señoría ha jurado la Constitución con la libertad religiosa; pues S.S. no puede trabajar en manera alguna para destruirla sin ser perjuro, que es lo que dice S.S. de los republicanos y de todos los demás que juran. (Bien, bien). De manera que el Sr. Pidal ha aceptado la libertad religiosa, y la ha aceptado para defenderla y para sostenerla; yo debo así creerlo, porque si no sería perjuro S.S. ¡Cómo ha de ser perjuro S.S.! De manera, señores, que yo doy mi palabra a la mayoría, porque cuenta hoy en su seno a los Sres. Pérez Hernández, Linieres, Catalina y otros compañeros mártires, felicitando también a estos señores por los sacrificios que han hecho en bien de las ideas modernas; y me felicito yo sobre todo de que el sol de la libertad haya venido a disipar las tinieblas en que se hallaban envueltos por la avalancha desde las altas cumbres donde estaban petrificados hayan descendido a la llanura fecundada por la civilización y el progreso; de que naciendo de las nieves y de los hielos como Venus de las espumas del mar, abandonando los riscos estériles en que antes se hallaban y teniendo su mirada a la fertilidad de las llanuras a que han llegado, hayan venido a entonar llenos de entusiasmo el Hosanna, Hosanna: Gloria a Dios en las alturas y la libertad a los hombres en la tierra. Lo que yo no le perdono al Sr. Ministro de Fomento es esas fogosidades a que se entrega S.S. y que le obligan, siendo tan bueno, tan bueno, porque yo reconozco que es muy bueno, no sólo a no considerar a los vivos, sino a no respetar un a los muertos, y sobre todo a aquellos muertos sobre los que han pasado ya tantas generaciones y que han merecido la admiración de todos por su heroísmo.

Yo no quiero excitar ninguna pasión en este instante; pero créame el Sr. Ministro de Fomento, no hace su señoría bien en citar aquí ciertos nombres de maltratos. ¿Por qué trajo aquí S.S. los nombres de Riego y de Heredia? ¿Por qué respecto de Heredia se hizo S.S. eco de una iniquidad del tribunal que le condenó, y que por no haber hallado motivo para los terribles tormentos a que le sometiera, no pudiendo quitarle la vida, hubo de arrebatarle la honra? Todos los historiadores de Aragón, absolutamente todos defienden la memoria de aquel mártir, y dicen que su condenación fue infamia. Yo deseo que S.S. no siga por ese camino, porque eso, ni es político, ni cristiano.

¡Y Riego! ¿Por qué calumnia S.S. la memoria de Riego? Riego no fue condenado, ahorcado y arrastrado por proclamar la Constitución en Cabezas de San Juan; Riego fue condenado tres años después por un voto que dio como Diputado de la Nación. (Sensación). Sin más que por eso le ahorcaron, sin más que por eso le descuartizaron (Rumores); no, le perdonaron el descuartizamiento después de arrastrarle.

De todos modos, ¿por qué se ha de injuriar la memoria de aquellas víctimas del absolutismo, de aquellos que supieron hacer triunfar las ideas liberales? Sin ellos, ni yo estaría aquí en este momento, ni su señoría es ese banco, ni el Rey D. Alfonso XII en el Trono; porque en vez de ocupar el Trono el Rey D. Alfonso, y antes su augusta madre, lo habrían ocupado D. Carlos y sus descendientes.

De todas maneras, hecha esta protesta contra esos verdaderos atrevimientos de S.S., y permítame que se lo diga, yo me congratulo de la fusión de la unión católica con el partido conservador; fusión hecha en bien y en provecho de la reacción, para ver si sirve de estímulo y de ejemplo para la fusión de las fuerzas liberales, para bien y provecho de la libertad. Y al efecto voy a decir sobre esta importantísima cuestión, todo mi pensamiento en el menor número posible de palabras; pero también con toda la claridad con que acostumbro a expresarme.

Señores, el partido liberal de la Monarquía que se fundó sobre la base del antiguo partido constitucional, con la misión patriótica de hacer compatibles los principios de la revolución de Septiembre con la monarquía restaurada de D. Alfonso XII, como único medio posible de hacer de la restauración una obra de paz dentro de la cual cupieran todos los partidos y todos los españoles sin distinción entre vencedores y vencidos, como lo deseaba el mismo augusto Príncipe que iba a representarla según su manifiesto de Sandhurst, en el cual si no reconocía la Constitución de 1869, por ser obra de los enemigos de la revolución, tampoco quería reconocer la Constitución de 1845 por ser obra de los enemigos de la revolución; el partido liberal, repito, fundado con este sentido y con este carácter, aceptó, hecha la restauración, la nueva legalidad creada, que si no era, como he dicho antes, la legalidad de la revolución; tampoco era la de los enemigos de la revolución, única manera reconocida por todos.

Pues bien, Sres. Diputados, mientras esta legalidad no sea obstáculo al desenvolvimiento y al desarrollo de los principios proclamados por la revolución de Septiembre, creo que los que procedemos de aquella revolución, no obramos con cordura ni con prudencia, si no somos muy leales y muy consecuentes con nuestros compromisos, para obligar a los que no proceden de aquella revolución a que sean muy leales y muy consecuentes con los suyos, pues en el cumplimiento de este mutuo compromiso, es donde ha de existir la armonía entre las aspiraciones de la revolución y los intereses de la Monarquía restaurada; armonía que ha de ser base y fundamento de paz pública. Porque así como Mr. Thiers advirtió a su país que la República no podía prosperar si no era esencialmente conservadora, yo quisiera advertir al mío, y si tuviera autoridad bastante lo advertiría a todos [1079] los países monárquicos, que las monarquías en los tiempos que alcanzamos no pueden prosperar si no son tan liberales y tan expansivas que abriendo anchos cauces y extensos horizontes a todos los ideales, a todas las aspiraciones legítimas y a todos los intereses, hagan inútiles e innecesarias las otras formas de gobierno.

Ahora bien, el partido liberal con estos compromisos y con estas aspiraciones está formado hace tiempo, con un credo bien definido, con una organización robusta, con una disciplina inquebrantable, con una jefatura por todos respetada y acatada, y con categorías perfectamente definidas. Cada uno de nosotros ocupa su puesto, y todos están contentos con el que ocupan. En política, nuestros procedimientos y nuestra conducta conocidos son del país, que por espacio de cerca de tres años ha visto como nunca armonizadas las aspiraciones de la libertad con las necesidades del orden, sin que haya habido derecho que no haya encontrado libre su ejercicio, ni libertad que no haya tenido su natural desenvolvimiento, ni aspiración legítima que no haya alcanzado buena acogida, ni siquiera ideales que no hayan sido respetados, y todo en medio del mayor orden, y todo en el seno de la paz pública, y todo en provecho y para bien de la Monarquía, que cada día contaba mayores simpatías, y cada día hacía mayor número de prosélitos. A no ser por las dificultades que en sus seno desgraciadamente encontró el partido liberal, y que naturalmente absorbían una gran parte de sus esfuerzos, a estas horas estarían traducidas en leyes las aspiraciones de todos los liberales españoles, y el partido liberal, que tuvo una vida corta, quizá, quizá hubiera alcanzado los honores de la longevidad.

He aquí por qué, señores, el partido liberal no encuentra hoy por hoy motivos que le obliguen a variar su programa ni su conducta. Cada vez está más convencido de que con su programa y con su conducta pueden tener completo desarrollo y perfecto desenvolvimiento, no sólo las aspiraciones legales del país, sino hasta los ideales democráticos en cuanto es posible dentro de las asperezas de la realidad. No tiene por consiguiente, el partido liberal para qué tratar de la soberanía nacional, ni cree necesario ni juzga, sobre todo, urgente, consignar sobre ella en parte alguna lo que está en todas partes hace ya mucho tiempo consignado, a saber, que ella crea, que ella mantiene, que de ella dependen los Poderes públicos: la familia, la religión, la historia, los favores de la fortuna, los laureles de la victoria, podrán darles brillo, esplendor, fuerza, pero el título de la legitimidad no lo puede otorgar más que la Nación en el pleno ejercicio de su soberanía. Y como esto es tan evidente que los mismos Poderes públicos lo reconocen y lo proclaman, pero realmente no corre prisa consignarlo.

En cuanto a los derechos individuales, mejor consignarlos en la Constitución, en la extensión y forma que algunos desean, y a lo cual no me he de oponer cuando la Constitución haya de reformarse, porque jamás he dicho yo que ni la Constitución ni ninguna institución sean inmutables y eternas; mejor digo, que consignarlos en la Constitución, es sostenerlos con tesón, defenderlos con energía, amparar con ellos a todo ciudadano, cualesquiera que sean sus opiniones políticas; y si alguien se ve atropellado en alguno de sus derechos, atacar y combatir y llevar a la barra una y mil veces al Ministro que los conculque. (Voces en las tribunas: Bien, bien).

Sólo manteniendo con energía y defendiendo con tenacidad, si tenacidad puede haber en esto, los derechos individuales, es como se ha conquistado en otros países la verdadera libertad, que en vano buscaron en cambios políticos, generalmente de más ruido que provecho. Pues qué, ¿no está consignado hoy en la Constitución del Estado el derecho de reunión? ¿No hay una ley que regula su ejercicio? ¿No hay un Código penal que castiga al que impide ese ejercicio indebidamente? Pues, Sres. Diputados, la Constitución que consigna ese derecho, la ley que regula su ejercicio y el Código que pena su violación, todo son papeles mojados para el Gobierno, donde quiere el Gobierno y como quiere el Gobierno.

¿No está consignada en la Constitución del Estado la inviolabilidad del domicilio? ¿No hay un Código que condena el allanamiento de la morada de los ciudadanos? Pues a las altas horas de la noche, unos agentes de la autoridad penetran en casa de un ciudadano sin su permiso ni auto del juez, y no pasa nada: el ciudadano ve atropellada su vivienda, los agentes de la autoridad continúan en sus puestos, y el Gobierno muy tranquilo en el suyo; y la Constitución, entre tanto, y el Código penal, siguen siendo papeles mojados. ¡Ah, señores, no! Seamos prácticos alguna vez los liberales; desengañémonos y veamos que el mal no está tanto en las leyes, como en los Gobiernos que no las aplican, y no hacen caso de ellas; y en lugar de emplear nuestro tiempo y nuestra inteligencia, nuestros desvelos y nuestros esfuerzos en reformas políticas, de más resultados retóricos que de provecho práctico, empleémoslos en combatir sin tregua ni descanso a los Gobiernos que así faltan a sus deberes.

En cuanto al sufragio universal, que yo considero, más que como derecho, como función, porque es un derecho que sólo puede tener el ciudadano cuando reúne las condiciones que se estiman necesarias; exigiendo el ejercicio de esta función, como garantía social cierta capacidad y cierta responsabilidad, mientras una y otra no las adquiera el ciudadano, que por el hecho de serlo puede y debe adquirirlas, cuando no pueda ejercer la función del sufragio, será porque falte a las condiciones sociales y no viva cumpliendo los deberes que a todos impone la sociedad misma. Y esto pasa en Bélgica, en Italia, en Inglaterra y en todos los países liberales; aunque a mí bien se me alcanza que tenemos que ser mucho más cautos en esto de exigir condiciones sociales a los ciudadanos en España, que en esos países que, por fortuna de ellos y desgracia nuestra, son más ilustrados.

De todo lo cual resulta, Sres. Diputados, que, entre el partido liberal y entre todos los liberales que no están del otro lado de la frontera de la democracia monárquica, no hay diferencia esencial ninguna: no se explica, ni siquiera se concibe el motivo de nuestra separación. Si acaso, podrá haber diferencias en cuanto a la aplicación; pero éstas sólo en lo que se refiere al modo y forma de realización; modo y forma que dependen más que de la voluntad de los hombres y del deseo de los partidos, de las condiciones de los tiempos y de las circunstancias; y que no pueden menos de apreciarse con esta variedad en todo gran partido que está naturalmente compuesto de gentes [1080] diversas, que creen y piensa; pero diferencias, en suma, que no han justificado jamás ni pueden justificar, ni justificarán nunca una separación en hombres que, con disentimientos accidentales, quizá de meras personalidades, intentan representar la política reaccionaria, no menos peligrosa para la Monarquía que para la democracia. En cuanto a la democracia, ya es otra cosa; entre ésta y el partido liberal existen y no pueden menos de existir diferencias esenciales, no sólo en el concepto que éste y aquella tiene de la soberanía de la Nación, en su aplicación y en su ejercicio, sino también en la distinta significación que una y otro dan al sufragio universal, que la democracia no quiere tanto como extensión del voto, sino como expresión real del ejercicio efectivo, permanente y constante de la soberanía nacional, siempre y en todos los momentos superior y anterior a todo.

Pero estas diferencias que pueden impedir que ambos partidos se fundan en uno solo, no deben ser aquí, cual no lo son en otras partes, como con patriotismo igual a su elocuencia, con ser esta tan grande, ha dicho la otra tarde el Sr. Canalejas; no pueden ni deben ser aquí, repito, como no lo son en ninguna parte, obstáculo serio para que la democracia con sus ideales, y los demócratas con su sentido igualitario, con su significación social, aceptando lealmente la Monarquía, presenten al partido liberal en la oposición su concurso y su influencia y le ayuden en el poder tomando parte activa y compartiendo con él sus deberes. De esta manera, señores, concurrirán el campo liberal todos los matices reformistas, todas las fuerzas que pretendan contribuir al progreso nacional. Todos los prestigios, todos los hombres liberales que sin abdicación humillante ninguna de sus doctrinas, quieran someterse a una robusta organización y a unas fuertes y poderosas instituciones. Y así se hace en Inglaterra, como lo demuestran los hechos y como lo explican las palabras de un insigne Ministro demócrata inglés que voy a tener el gusto de leer, porque son breves y porque parecen dictadas para el momento y para las circunstancias que estamos atravesando: llamo sobre ellas toda vuestra atención. Dice así mismamente Chamberian:

"Los radicales somos la vanguardia del partido liberal, los guías, las guerrillas que exploran el terreno y que aceleran la marcha; pero no tenemos derecho a ser los únicos. La reforma es lo desconocido, y sobre lo desconocido no cabe uniformidad de pareceres. Nosotros creemos que debe caminarse más deprisa, otros creen que debe caminarse más despacio; aquellos en una dirección; éstos en la otra; pero todos convenimos en la necesidad de la marcha, y esto es ya lo suficiente; que la celeridad y la dirección resultan del total de las opiniones, de los retardos de los templados y de los estímulos radicales."

Claro está que habla del partido conservador inglés; no vaya nadie a creer que trata del partido conservador nuestro. (Risas).

"El partido conservador se limita a consolidar lo hecho y a mejorarlo. Sobre lo que existe y vive caben pocas diferencias, y por eso puede mantener una disciplina casi militar y una doctrina casi indiscutible.

"Nosotros no podemos pensar todos lo mismo, ni debemos abdicar las ideas que creamos justas; antes, por el contrario, debemos propagarlas e influir para que algún día todo el partido liberal las haga suyas, lo que no impide que acatemos las resoluciones que en cada circunstancia se adopten. Estas son cuestiones de oportunidad. Cada paso adelante que da el partido liberal es una victoria de los que sostenemos las ideas extremas. Separados, seremos, en vez de un auxiliar lento, pero constante, un enemigo, y las revoluciones y las reacciones sustituirán a la reforma y a la consolidación de la reforma."

¿Qué he de añadir yo, señores, a estas patrióticas palabras y a este sentido práctico de aquel insigne Ministro demócrata, realmente republicano? Porque yo he de decir al Sr. Pidal, ahora que recuerdo este extremo, contestándole acerca de los peligros que S.S. encontraba en la benevolencia del Sr. Castelar: no tenga cuidado S.S.; ya ve que los republicanos ingleses son benévolos con el Gobierno liberal, hasta el punto de que le ayudan siempre y van a formar con él parte del Ministerio; y Ministro inglés ha habido que conocido a la Reina después de tomar posesión de su cargo, y era republicano, y el mismo que ha propuesto en la Cámara de los Comunes que se levante una estatua a Manzini, y sin embargo, no hay un Pidal en aquella tierra que se asuste de esa benevolencia del partido republicano para con el partido liberal. No tenga cuidado S.S., que esa benevolencia, ya lo ha dicho el Sr. Moret con su elegante palabra; esa benevolencia se corresponde hasta donde no haya peligro para las instituciones que uno tiene la obligación de defender.

Pero el Sr. Pidal lleva la importancia del Sr. Castelar a un extremo que no la llevo yo. Cuidado que yo admiro mucho al Sr. Castelar, le estimo mucho y además le estoy muy agradecido por la honra que me dispensa con su cariñosa amistad; pero así y todo, no creo que haya Monarquía ninguna que dependa de la sonrisa ni de la benevolencia del Sr. Castelar, ni creo que el Sr. Castelar sea capaz de destruir una dinastía, ni siquiera la de D. Amadeo, de que nos habló aquí su señoría.

Si la dinastía de D. Amadeo desapareció, no fue por la benevolencia del Sr. Castelar, sino a pesar de la benevolencia del Sr. Castelar; aquella dinastía desapareció, primero porque D. Amadeo quiso irse (Rumores) llevado de un exceso de noble y generosa delicadeza, y después porque los elementos que principalmente le trajeron, y en los que en un principio tenía que apoyarse, se dividieron antes de que la dinastía extendiera sus raíces a otros elementos y antes de que pudiera compenetrar y arraigar en otras fuerzas sociales. Pero créame S.S.; no contribuyó para nada la benevolencia de mi querido amigo el Sr. Castelar.

De todas maneras resulta, pues, que yo agradezco la benevolencia del Sr. Castelar y sé hasta donde la he de agradecer; y en último término, quiero más la benevolencia del Sr. Castelar y de todos los partidos, y si pudiera ser la de todos los españoles, que la malevolencia de uno solo, que al fin para los Gobiernos la benevolencia de los hombres importantes y de los partidos puede salvar a un Gobierno, mientras que la malevolencia puede hundirlo: así que cuando yo sea Gobierno desearé que no me tenga nadie malevolencia, que para mí todo sea benevolencia.

Pues bien, Sres. Diputados, como iba diciendo, al interrumpirme para contestar al Sr. Pidal, de esta manera vendrán a formar el partido liberal todas las fuerzas que quieran contribuir al progreso nacional, [1081] todas las fuerzas monárquicas y hasta los demócratas; porque yo no puedo añadir nada a las palabras que acabo de leer de ese insigne demócrata y Ministro inglés, sino desear que los demócratas españoles imiten a los demócratas ingleses y a los de otros pueblos; que el Sr. Martos, desde la eminencia que entre sus amigos ha conquistado por su talento, con su autonomía en las doctrinas o en los ideales democráticos, imite también a este Ministro inglés; con lo cual, sin perjuicio para la democracia, él y sus amigos prestarán grandes servicios a la libertad y se podrá constituir con su concurso un poderoso elemento político en bien de la democracia y en beneficio de la monarquía; y así, el partido liberal y la democracia, sin confundirnos, podremos formar las huestes de la libertad, hoy más necesarias que nunca, enfrente de las huestes ya formadas de la reacción, contribuyendo todos por igual, cada uno en su esfera, a la normalidad del régimen representativo, inspiraremos confianza a todas las clases, daremos garantías a todos los intereses y respeto a todas las opiniones, y armonizando así las aspiraciones de la democracia con las prerrogativas de la Corona, podremos conquistar días de gloria a esta Monarquía y días de paz y de ventura a nuestra Patria. He dicho (Grandes y prolongados aplausos en los bancos de las minorías. Muchos Sres. Diputados felicitan al orador). [1082]

(Toma la palabra el Sr. Presidente del Consejo de Ministros.)



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